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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Estudio Bíblico (IV). La Torah (I): Génesis o Bereshit

Viernes, 31 de Octubre de 2014

Hace dos semanas nos referimos a la división del Tanaj o Antiguo Testamento en distintas secciones. Esta semana comenzamos a analizar de manera un poco más pormenorizada su primer libro que es también el primero de la Biblia. En las Biblias judías aparece nombrado con la primera palabra del original hebreo – Bereshit – que significa En el principio. En las cristianas, es denominado Génesis o principio, un título más que adecuado porque el libro relata el inicio de la creación, del género humano, de la redención tras la Caída y del pueblo de Israel.

De la protohistoria de Israel a la Torah Hace poco menos de cuatro mil años se produjo un acontecimiento de extraordinaria importancia para la historia de la Humanidad. A diferencia de otros episodios de resonancia similar o menor, éste no vino acompañado por acentuadas expectativas ni tampoco seguido de reacciones multitudinarias. En realidad, si hacemos caso de lo que nos informan las fuentes - y todo parece indicar que su contenido es meticulosamente exacto - el hecho debió de pasar prácticamente desapercibido. No fue otro que la salida de un emigrante de Mesopotamia, más concretamente de Ur, en dirección a los territorios que ahora denominamos Palestina. Aquella fue una época de grandes migraciones de modo que el reducido clan del personaje en cuestión - que además carecía de hijos - no tenía nada de excepcional al menos en lo que a las apariencias externas se refiere. Sin embargo, aparte de las cabezas de ganado y de los familiares más cercanos, el emigrante llevaba consigo una convicción que revolucionaría como ninguna otra la historia futura. La idea que impulsaba al emigrante – que se llamaba Abraham - giraba en torno a creer que la existencia de las diversas divinidades era radicalmente falsa ya que sólo existía un único Dios, que además no vivía aislado sino que entraba en contacto directo con el ser humano. Este Dios por añadidura no podía ser representado por imágenes ni éstas podían ser objeto de culto. No deja de ser significativo que las historias extra-bíblicas de Abraham enfaticen que su padre era un imaginero y que Abraham descubrió a Dios cuando se percató de que el culto a las imágenes no era sino un fraude espiritual. Se mire como se mire, Abraham no reconocería entre sus hijos a nadie que se inclinara ante una imagen o le rindiera culto. A aquel hombre que había comenzado su viaje de emigración apelan todavía hoy los fieles de tres religiones el judaísmo, el cristianismo y el islam, siendo estas dos últimas las más numerosas del globo. Aunque el monoteísmo no fue una creación de Abraham y existen numerosas pruebas que lo hallan incluso milenios antes de su nacimiento, no cabe la menor duda de que su expansión fundamental prácticamente hasta el s. I de nuestra Era estuvo relacionada precisamente con los judíos, sus descendientes. Su supervivencia - un argumento definitivo en favor de la existencia de Dios según un interlocutor de Federico II de Prusia - pero también el origen de otros fenómenos no menos relevantes que trascienden el marco histórico del judaísmo se halla en un texto conocido como la Torah.

Aunque convencionalmente se traduce como “Ley”, lo cierto es que la palabra Torah tiene en hebreo un contenido más rico que abarca conceptos como los de enseñanza o incluso forma de vida. A la vez, sirve fundamentalmente para designar un conjunto de cinco libros, que otros prefieren denominar Pentateuco y que están situados al inicio de la Biblia. Estos cinco libros son conocidos con los nombres de Génesis o Bereshit, Éxodo o Shemot, Levítico o Va-ikrá, Números o Ba-midvar y Deuteronomio o Devarim, según que quienes los citen empleen el nombre convencional derivado de la Septuaginta, una traducción del Antiguo Testamento al griego, o el original hebreo que consiste en utilizar las primeras palabras que aparecen en el texto. Su autor tanto en la tradición judía como en la cristiana y en la musulmana es identificado con Moisés.

 

El contenido de la Torah

La extensión de la Torah es aproximadamente similar a la de la mitad del Nuevo Testamento o del Corán aunque pertenece a un conjunto mayor de libros - el Tanaj o Antiguo Testamento - que duplica en número de páginas a estos textos sagrados. Como hemos indicado antes, su contenido se halla dividido a lo largo de cinco obras de las cuales la primera (Génesis) está situada cronológicamente antes del nacimiento de Moisés y las otras cuatro (Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) son coetáneas del profeta de Israel.

Los que se adentren en la lectura de la Torah en los próximos meses irán comprobando que sus prácticas no encajan en muchas ocasiones con la práctica del judaísmo de los últimos siglos. Las razones para esa distancia son numerosas y yo prefiero dejar hablar a un experto judío – profesor de la Universidad hebrea de Jerusalén - sobre el tema ya que me parece que lo explica de una manera sencilla y exacta. Habla en hebreo, pero hay subtítulos en español con lo que no existen problemas mayores. Sí sugiero a los que vean el vídeo que se concentren en las doctas palabras del entrevistado y en las inteligentes preguntas del entrevistador y que se olviden de los comentarios – verdaderamente lamentables - de los que colgaron la notable entrevista en Youtube.

Y ahora sigamos con la Torah. Aunque la Torah es la obra sagrada del judaísmo no deja de ser enormemente significativo que los primeros capítulos de su primer libro tengan un alcance universal hasta entonces totalmente desconocido en la literatura de cualquier pueblo. En el capítulo 1, el relato de la creación del hombre es sensiblemente distinto al que hallamos en otras culturas incluso muy posteriores. La finalidad de este acto no es satisfacer a unos dioses que desean encontrar esclavos que trabajen para ellos (Mesopotamia) ni tampoco es consecuencia de la caída de un mundo espiritual superior (helenismo, gnosis, etc) y, a la vez, rechaza la tesis de la superioridad de una raza sobre la otra como suele ser común en las cosmogonías de las distintas culturas en las que cada pueblo aparece como el único constituido por seres humanos. Por el contrario, en el Génesis la creación aparece descrita como un acto derivado del amor de Dios que creó al hombre como varón y hembra y a su imagen y semejanza :

 

Entonces dijo Dios : hagamos al hombre a nuestra imagen y según nuestra semejanza… y creó Dios al hombre, lo creó a imagen de Dios, lo creó como hombre y mujer. Y los bendijo Dios y les dijo : Creced y multiplicaos ; henchid la tierra, y dominadla…” (Génesis 1, 26-28)

 

 

De la misma manera, y a diferencia de otras culturas incluso posteriores que han apelado por añadidura al texto bíblico, Génesis considera que tanto el mundo material como el trabajo humano de transformación del mismo es algo bueno y de orígenes divinos. Sin embargo, a diferencia de otras cosmovisiones, el Génesis no afirma que este mundo sea hoy bueno sino que lo fue en otro tiempo. Actualmente es obvio que dista mucho de ser un lugar ideal, pero tal circunstancia obedece no a que sea malo de por si. Más bien deriva del hecho de que se ha producido una fractura entre la criatura humana y el Creador. Esa separación - que convencionalmente se conoce como Caída y que poco o nada tiene que ver con los relatos tradicionales en torno a una manzana indebidamente mordida - ha introducido un elemento innegable de alienación en la historia humana. Ese elemento, nacido del apartamiento de Dios, se traduce en una alienación de la naturaleza, del trabajo, de los otros seres humanos - incluidos los más cercanos como el cónyuge - y de uno mismo. En adelante, la historia humana no puede ser sino la espera y el anhelo de que esa situación cambie y de que pueda revertirse la tremenda desgracia original causada por la desobediencia a la voluntad de Dios.

 

Como sucede con la descripción del ser humano, en Génesis Dios no es descrito como en otras cosmogonías que conocemos. No sólo es que no forma parte de un panteón más amplio ya que es el único Dios que existe sino que además dista mucho de ser una divinidad que pueda calificarse de nacional. Por el contrario, es el Sumo Hacedor que imparte su justicia en el ámbito de cualquier cultura o contexto histórico y que dota a la historia de un sentido que, no pocas veces, es más subyacente que obvio, más real que aparente, más profundo que conocido.

Precisamente en una perspectiva de ese tipo inserta el libro de Génesis el relato de la historia de Abraham. En apariencia, se trata de un emigrante más carente de importancia en el área de la Historia. En realidad, es seguramente el personaje que más relevancia tiene en todo aquel período. Mientras la humanidad pugna por construir torres “cuya cima alcance el cielo” (Génesis 11, 4) y por hacerse “un nombre” (Ge 11, 4), el Génesis se detiene en narrar la peripecia de alguien que no aspira a conseguir para si ese nombre pero que, sin embargo, está dispuesto a renunciar a todo para marchar a la tierra que le ha indicado el único Dios al que acaba de conocer (Génesis 12). Esa consciencia de que el servicio a la causa es superior a cualquier otra consideración lleva, por ejemplo, a Abraham cuando se separa de su sobrino Lot, a cederle los terrenos que éste desee sin ningun género de objeción (Gen 13) o a negarse a recibir recompensa por haber liberado a unos cautivos capturados en una incursión regia (Gen 14).

No son los grandes logros los que convierten a Abraham en un ser distinto sino su fe confiada en su misión. Precisamente por ello, cuando Dios confirme a Abraham que le dará una descendencia que poseerá la tierra de Canaán y éste le crea el texto afirmará claramente que ha sido justificado :

 

Y (Dios) lo llevó fuera y le dijo : contempla ahora los cielos y cuenta las estrellas, si puedes hacerlo. Y le dijo : así será tu descendencia. Y creyó (Abraham) a YHVH y le fue contado por justicia” (Gen 15, 5-6)

 

El carácter universalista del texto queda aún más de manifiesto cuando se tiene en cuenta que en esos momentos Abraham no sólo no puede someterse a la ley de Moisés (que fue entregada más de cuatro siglos después) sino que además ni siquiera se ha circuncidado todavía. En contra de lo que parece normal en otros textos religiosos anteriores y posteriores, el de Génesis afirma que Dios ha considerado justo a Abraham no por pertenecer a una etnia determinada o realizar ritos concretos sino por creer en Él.

 

La única mancha en la trayectoria de Abraham se produce precisamente cuando pretende ayudar a Dios a realizar Sus propósitos y en lugar de esperar que hará honor a Su promesa de darle un hijo a través de Sara, su esposa, acepta la posibilidad de engendrarlo, conforme a las leyes de la época, en una esclava de Sara llamada Agar. Tal intento concluirá en fracaso y, de hecho, sentará las lejanas bases para un enfrentamiento entre los descendientes de los dos hijos de Abraham : judíos en el caso de Isaac y árabes en el de Ismael.

Finalmente, sólo el nacimiento de Isaac, un hijo de Sara, (Gen 21) constituye el cumplimiento de la promesa. Es en este contexto como hay que entender la orden que Dios da a Abraham para sacrificar a su hijo Isaac (Gen 22). Cuando la vida parece cada vez más cercana a su fin, pero, a la vez, se tiene la sensación de que las ilusiones cuya consecución se siguió durante años pueden convertirse en realidad, Abraham recibe una orden de Dios ordenándole liquidar de una cuchillada la esperanza encarnada en su hijo. Semejante acto no significa sólo la pérdida del ser más querido sino fundamentalmente la eliminación de todo aquello que dio sentido a una vida desde la juventud a la vejez. Lo realmente sobrecogedor de la historia del sacrificio de Isaac es como un hombre puede aceptar, con el corazón destrozado y sin levantar la vista durante días (Gen 22, 4), obedecer la orden de un amigo de años que le pide que renuncie a todo lo que deseó y amó. El relato no es, por ello, sólo un canto a la obediencia sino también a la confianza, a la fe y a la amistad que, en esta ocasión, tienen como foco a Dios. Finalmente, Éste, satisfecho por la acción de Abraham, evitará que lleve hasta el final su misión y que sacrifique a su hijo. Cuando finalmente muera el patriarca, después de dar sepultura a Sara, estará convencido de que un día todos sus sueños serán tangibles realidades.

La figura del heredero Isaac resulta un tanto gris en medio de la de su padre Abraham y de la de su hijo Jacob. Éste, sin embargo, constituye un personaje de extraordinario interés. Tras lograr que su hermano gemelo Esaú le venda la primogenitura por un plato de lentejas (Gen 25) y que su padre Isaac le bendiga como heredero (Gen 27) recurriendo al engaño, también Jacob tiene que emigrar. Ya en camino recibe la confirmación de que Dios está dispuesto a acompañarle (Gen 28) pero su vida será dura. Sometido a la explotación por parte de un pariente que le engaña para obligarle a contraer matrimonio no con la mujer que ama (Raquel) sino con otra de sus hijas difícil de casar (Lía), Jacob logra imponerse a la adversidad de las situaciones. Al precio de catorce años de servidumbre, consigue, al final, que Raquel sea su esposa, labrarse un cierto caudal e incluso recuperar la libertad (Gen 29-31). Al final, incluso se reconciliará con Esaú, el hermano al que privó de la primogenitura (Gen 32-33). Para ese entonces, Jacob se ha convertido ya en el patriarca Israel aunque el logro de esa nueva condición le haya costado una cojera que arrastrara hasta su muerte (Gen 32, 22-32).

 

Como en el caso de Abraham, Jacob experimenta sus peores pruebas en los últimos años de su vida. Sufre la violación de su hija Dina (Gen 34), las actitudes violentas y vengativas de algunos de sus hijos (Gen 34), la muerte de su amada Raquel (Gen 35) y la pérdida de José, su hijo predilecto, al que cree despedazado por las fieras (Gen 37).

Sin embargo, José no ha muerto. Ha sido vendido por sus hermanos envidiosos y llevado por sus compradores a Egipto (Gen 37). A su primera desgracia pronto se suman otras. La mujer de su amo intenta seducirle y, al negarse, José se ve acusado de intento de violación y recluido en una mazmorra (Gen 39). Si, finalmente, logra salir de allí al cabo de los años se debe a que uno de sus antiguos compañeros de prisión, al que interpretó un sueño (Gen 40), se acuerda de él precisamente cuando el faraón se ve atormentado por una pesadilla cuyo mensaje no consigue descifrar. Cuando es llamado a la presencia del soberano de Egipto, José ha dejado de ser el muchacho que provocaba las iras de sus hermanos y es un hombre modesto que niega tener capacidad para descifrar sueños porque ese poder sólo lo posee Dios (Gen 41, 16). Sin embargo, su vida - y con ella la de su familia - está a punto de experimentar un cambio radical. Tras escuchar el relato del faraón que le ha hablado de cómo en sus sueños se veían siete vacas gordas que eran devoradas por siete vacas flacas y de cómo siete espigas marchitas devoraban a siete espigas hermosas, José le señala que ahí se encuentra el anuncio de un futuro inmediato. Pronto comenzarán siete años de abundancia que serán luego seguidos por siete años de escasez. Si el faraón sabe hacer frente a semejante reto en virtud de una buena administración nada malo sucederá, pero en caso contrario la consecuencia será el hambre. La respuesta del faraón es inmediata : el administrador idóneo no puede ser otro que José.

Al cabo de siete años de abundancia efectivamente comienza la escasez. Mientras Egipto sobrevive a la hambruna e incluso José aprovecha para aumentar el poder del faraón (Gen 41), los pobladores de los países cercanos intentan no perecer de hambre acudiendo al país del Nilo en busca de comida. Entre la tropa de desdichados impulsados por la necesidad se encuentran los propios hermanos de José (Gen 42). Éste los reconoce pero no les comunica quién es ni recurre a la venganza. Por el contrario, les suplica que la próxima vez traigan con ellos a Benjamín, el hermano más pequeño. Cuando sus hijos regresan y le relatan lo sucedido, Jacob, que tiene muy fresco el recuerdo del José perdido, muestra su reticencia a permitir que Benjamín les acompañe en un viaje futuro. Sin embargo, la necesidad acaba imponiéndose y el hambre les empuja nuevamente a regresar a Egipto. José finge entonces que Benjamín le ha robado una copa e insiste en que no pude abandonar el país ya que ha de recibir su justo castigo. Judá intercede entonces para evitar la cautividad de Benjamín. Alega que su padre Jacob morirá si se le priva del más joven de los hermanos después que en el pasado perdió a José. Éste, profundamente conmovido por la historia, obliga entonces a salir a todos de su presencia y rompe a llorar. Finalmente, convoca de nuevo a sus hermanos y les revela toda la verdad. En medio de las desgracias de aquellos años (Gen 45), Dios ha estado actuando no sólo para salvar a José sino a Jacob y al resto de sus hijos. Finalmente, Jacob y su familia (46-50) desciende a Egipto y con el beneplácito del faraón se establecen en la tierra de Goshén. Así concluye el libro de Génesis.

 

Sería más que deseable leer todo el Génesis, pero, si alguien sólo desea emplear unos pocos minutos al día y se acerca por primera vez al texto, sería de interés leer los siguientes pasajes como un primer acercamiento:

  1. La creación del género humano: Génesis 1: 27-31; 2: 15-25.
  2. La Caída: Génesis 3
  3. La promesa a Abraham: Génesis 15
  4. El sacrificio de Isaac: Génesis 22
  5. Jacob logra la bendición de Isaac: Génesis 27
  6. José vendido por sus hermanos: Génesis 37
  7. José interpreta los sueños de Faraón: Génesis 41
  8. Jacob anuncia el futuro de sus descendientes: Génesis 49

El Evangelio de Marcos (III): el mesías-siervo es identificado y tentado (Marcos 1: 9 – 13).

Marcos – que, en ocasiones, da la sensación de tener mucha prisa en llegar a donde desea en su narración – manifiesta una urgencia enorme por señalar cuál era el mensaje de Jesús. Lo veremos, Dios mediante, la semana que viene, pero antes tenemos que detenernos en unos versículos previos en los que el autor del Evangelio comprime enormemente la aparición del mesías, un mesías que no era el dirigente militar y político que muchos esperaban sino el siervo profetizado por Isaías.

Si alguien tiene la curiosidad de ver en Lucas 4: 1 ss, las tentaciones a las que se vio sometido Jesús, podrá comprobar que todas fueron intentos de que se adaptara a las masas para que éstas lo siguieran. Se trata, en cualquiera de sus formas, en una tentación difícil de vencer. No faltan los que dicen aquello de “le seguiría más gente si no dijera eso” o “tendría mucho más apoyo si se callara esto otro”. Y – hay que reconocerlo – la mayoría cede a esa tentación. ¿Por qué decir la verdad y ganarse enemigos? ¿Por qué poner el dedo en la llaga y perder aficionados? ¿Por qué no ser más “flexibles” y allegar voluntades? Jesús pasó por esa misma situación en distintas ocasiones y, ciertamente, no hubiera encajado en una campaña electoral. También es verdad que la cosmovisión de Dios no se amolda a esa visión.

  1. Jesús se solidarizó con los pecadores (v. 9): Jesús descendió desde Nazaret y fue bautizado por Juan. Su lugar no estaba con las autoridades del Templo, con los romanos, con los que se consideraban justos por sus propios méritos. El mesías-siervo venía a los que se reconocían pecadores que eran los que acudían a ser bautizados por Juan como símbolo de conversión. Por supuesto, pecadores lo eran todos entonces igual que ahora, pero Jesús sólo estaría cerca de aquellos que estuvieran dispuestos a reconocerlo. ¿Piensa alguien que pertenece a una entidad religiosa, que sigue unos ritos, que continua una tradición que lo conecta con Dios? Si es así, va a ser difícil que se cruce con el mesías-siervo porque éste buscaba a los que eran conscientes de que sus méritos no los acercarían a Dios, pero sus pecados sí los separaban de El.
  2. Jesús fue reconocido por Dios como mesías-siervo (v. 10-11): la manera de ese reconocimiento no deja de ser bien llamativa. El Espíritu Santo no se manifestó como un león poderoso o un terremoto. Tampoco apareció en medio de una muchedumbre vestida con atavíos de lujo ni en un vehículo especial. Su símbolo fue una paloma - el animal manso, sencillo y pacífico por definición – y las palabras constituyeron una referencia expresa a Isaías 42: 1, uno de los cantos del mesías-siervo. En Jesús, había puesto Su complacencia Dios porque era como era y no como otros habrían deseado. La razón era su obediencia total a los designios de Dios y, de manera especial, a su metodología, una metodología de siervo. Eso era lo que justificaba esa afirmación.
  3. El mesías- siervo fue llevado al desierto (v. 12): sin duda, muchos habrían esperado que el mesías, reconocido como tal por el mismo Dios, se hubiera apresurado a caer sobre los romanos y acabar con su yugo. No hubiera sido el primero en la Historia de Israel que se hubiera comportado de esa manera. Sin embargo, no fue lo que sucedió con Jesús. Fue enviado al desierto. Marcos no da detalles, pero sí señala algo importante. Para cumplir con el propósito que Dios tiene lo menos conveniente es el baño de masas. La multitud – no siempre con mala intención – distrae. Lejos de permitir que escuchemos a Dios, no pocas veces sustituye Su voz por la propia. Es en la soledad y el silencio como deben contrastar los seguidores del mesías-siervo su relación con Dios.
  1. El mesías-siervo fue tentado por el Diablo (v. 13)

Ciertamente, la integridad – una integridad como la del mesías-siervo - se aprecia no poco en esta conducta. Es íntegro el que se ciñe a lo que ve como la verdad sin importarle el costo. No lo es el que busca un rebaño en medio del cual refugiarse antes de decir nada a sabiendas de que puede enfadar a unos, pero disfrutará del respaldo de otros. Jesús no era de unos ni de otros, pero sí tenía un mensaje que apuntaba directamente al corazón del ser humano como tendremos ocasión de ver.


Con estas líneas sencillas, con tan pocas frases, Marcos ha resumido lo que lleva capítulos enteros a otros evangelistas. Sin embargo, su conducta es lógica porque su interés es, por encima de todo, llegar a señalar el contenido de la predicación de Jesús, pero eso, Dios mediante, lo veremos la semana que viene.

  1. El mesías – siervo estuvo entre fieras y ángeles (v. 13). No deja de ser significativa la manera en que Marcos, muy brevemente, indica la experiencia del mesías. Aparte de la tentación, la experiencia de Jesús fue la cercanía de las fieras y, a la vez, de los ángeles. No puede esperarse otra cosa de alguien que era el Siervo de Dios. Seguir el camino de Dios – el que simboliza el Espíritu Santo con una paloma – significa que las fieras no dejarán de merodear en nuestra vida, sobre todo, en ciertas situaciones en las que no podemos detenernos ahora. Pero, al mismo tiempo, los seguidores del mesías-siervo, igual que éste, deben confiar en que Dios los ayudará en esas situaciones. El coste puede ser alto. No se trata sólo de las mentiras, de los infundios, de los ataques, de las presiones. Puede implicar sacrificar cosas muchos más queridas e importantes. Sin embargo, como señala Marcos, en las peores situaciones, a los que siguen al mesías-siervo no les faltará una ayuda que podríamos calificar de angelical.

CONTINUARÁ

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