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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Mateo, el evangelio judío (X): El Sermón del monte (III): Sal y luz (5: 13-14)

Viernes, 9 de Marzo de 2018

No deja de ser enormemente significativo que justo después de definir a sus discípulos con el término “felices” (o bienaventurados o dichosos) y explicar las razones de esa dicha, Jesús realizara una rotunda afirmación, la de que eran LA sal y LA luz del mundo.

La función de la sal en la época de Jesús –sigue sucediendo así en algunos países– no era tanto la de dar sabor como la de evitar la corrupción hasta el pudrimiento. En otras palabras, de sus discípulos Jesús espera que contribuyan a que el mundo no se siga corrompiendo a diario hasta corromperse por completo. Naturalmente, sus discípulos pueden decidir por diversas razones no actuar como sal. Pueden alegar que su misión es espiritual – sea eso lo que sea – y que, por lo tanto, no hay que entrar en el desarrollo de la sociedad que los rodea o pueden, simplemente, pensar que no tienen por qué complicarse la vida. En cualquier caso, por una causa u otra, pueden encerrar la sal en el salero, pero si eso sucede deben saber que las consecuencias serán fatales. Lejos de permitir que estén tranquilos, aislados y sosegados, el mundo los arrojará al exterior y los pisoteará.

Lo mismo sucede con la referencia a la luz. Los discípulos de Jesús no son UNA luz u OTRA luz. Son LA luz en medio de un mundo que camina en medio de las tinieblas más espesas. Su misión no es encerrar la luz ni mucho menos limitarla a aquellos lugares donde vaya a ser bien recibida o aplaudida. Su misión es alumbrar las tinieblas – lo que implica que pueden quedar al descubierto horrores insondables – y si no actúan así el resultado será espantoso porque el mundo no recibirá ninguna luminosidad y sólo cabrá esperar la oscuridad más absoluta.

Históricamente, las consecuencias de ser sal y luz - o de perder la función de la sal y cubrir la luz con un almud – no han podido ser más claras. Permítanme citar un ejemplo. En 1933, Adolf Hitler, de manera impecablemente democrática, llegó al poder en Alemania. El impacto que ese hecho tuvo en el seno del cristianismo fue pavoroso. La iglesia católica no tardó en firmar un concordato con Hitler que proporcionó al dictador una buena imagen internacional que, por supuesto, supo aprovechar. ¿Cómo podía ser malo un personaje que llegaba a un acuerdo con el papa? Cualquiera que conociera la Historia del papado hubiera podido citar docenas de ejemplos que señalaban que eso no significaba absolutamente nada, pero la gente no conoce la Historia y lo interpretaron como que nada malo podía haber en Hitler y su gobierno. Por lo que se refiere a las iglesias protestantes – carentes de una jerarquía como la católica - se dividieron. Un tercio decidió claramente ponerse del lado de Hitler. Recibieron subvenciones, claro está, pero lo justificaron porque el nacional-socialismo era el mensaje del progreso y tenía muchos puntos de contacto, supuestamente, con el cristianismo y, por encima de todo, era un valladar frente al comunismo soviético. Además pretendía devolver a Alemania la dignidad perdida injustamente con la paz de Versalles. Los denominados Deutsche Christen (cristianos alemanes) fueron utilizados por los nazis aunque, de entrada, también canalizaran fondos públicos en su favor, honores y reconocimientos. Otro tercio de las iglesias optó por el silencio. No es que les agradara lo que enseñaban los nazis o el aislamiento inicial de los judíos, pero consideraban que su ministerio era fundamentalmente espiritual y no tenía por qué mencionar cuestiones no-espirituales como era la ideología pagana que predicaban los secuaces de Hitler. Finalmente, otro tercio decidió que debía dar un testimonio frente al mal que se había apoderado de Alemania. Entre los que formaban parte de esa minoría estaban un hombre llamado Martin Niehmoller. Pastor evangélico, no tardó en ser acosado por los nazis e incluso llevado ante los tribunales. La justicia no estaba totalmente controlada por Hitler a la sazón y dio la razón a Niehmoller, pero los nazis no estaban dispuestos a someterse a la legalidad. Cuando Niehmoller salió del tribunal libre de cargos, la Gestapo lo detuvo y lo condujo hasta un campo de concentración en que seguiría hasta 1945. Como Hitler diría, Niehmoller era su “prisionero particular”. Niehmoller escribiría tiempo después una poesía que los ignorantes siguen atribuyendo a Bertolt Brecht y que dice:

Primero vinieron a por los comunistas y yo no dije nada, porque yo no era comunista.

Luego vinieron a por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron a buscar a los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío.

Luego vinieron a buscarme y no quedaba nadie que pudiera hablar por mí.

 

Niehmoller, en otras versiones, incluiría a otros grupos como, por ejemplo, a las víctimas de la ley de eutanasia. Con todo, Niehmoller sí que había hablado – y a muy alto precio – pero era consciente de lo que había sucedido y de la responsabilidad colectiva del pueblo de Dios. Aunque no lo mencionara, la sal no había salado y, al fin y a la postre, había sido arrojada y pisoteada, incluso más que pisoteada por que sí, tanto los Deutsche Christen como la iglesia católica que había firmado el concordato que legitimaba internacionalmente a Hitler, acabaron teniendo problemas con las autoridades nacional-socialistas.

Tan bochornoso episodio se ha repetido no pocas veces y una de ellas está siendo en relación con la ideología de género. Cuando la ofensiva de esa ideología se ha hecho evidente en distintos países no ha dejado de ser significativa la reacción de las confesiones cristianas. No ha sido, desde luego, uniforme ni valiente en términos generales. En España, lo mismo hemos tenido a un obispo católico diciendo que el Diablo le había metido un gol al feminismo que a otro diciendo que la Virgen se sumaría a la huelga feminista del 8 de marzo. Es propio de la institución colocar los huevos en distintas cestas a la vez, pero no por eso resulta disculpable aunque sea previsible. Sin embargo, la conducta de instituciones como FEREDE no ha sido mejor. Por el contrario, ha callado cuando debería haber hablado, aceptó entrar en una entidad creada por el socialista José Luis Rodríguez Zapatero cuyo capo era nada más y nada menos que Pedro Zerolo, icono del lobby gay; y en un congreso que ya nadie recuerda no se permitió que se leyera una ponencia mía donde señalaba la que se avecinaba. En el colmo de la iniquidad, igual que esos obispos que celebran eucaristías gays o realizan ceremonias para homosexuales que, supuestamente, equivalen a la celebración del matrimonio – aquí, en Estados Unidos son comunes en distintas diócesis católicas – ha mantenido en su seno a la IEE que hace tiempo que casa parejas homosexuales y que difunde la teología queer. Como en la Alemania del III Reich, se ha producido la división entre los que sólo deseaban estar tranquilos y sin problemas, los que estaban dispuestos a congraciarse con la iniquidad obteniendo, por supuesto, beneficios y los que han asumido ser sal y luz aunque eso significara enfrentarse con situaciones como la calumnia, la persecución o el exilio.

Por enésima vez – es una circunstancia histórica – los discípulos de Jesús tienen que plantearse si desean ser fieles a su llamamiento de ser LA sal y LA luz y así evitar que la sociedad que los rodea se pudra totalmente y se hunda en las tinieblas o, por el contrario, ansían vivir una vida más sosegada, incluso de apariencia más espiritual. Si optan por la segunda opción, deben ser conscientes de dos cosas. La primera es que, más tarde o más temprano, el mundo pisoteara a esa sal que no cumplió con su misión. La segunda – y más grave – es que el mundo se quedará sin luz y también sin ese elemento que impide que se corrompa de manera total. Por el contrario, si deciden ser sal y luz sólo cumplirán con su misión. Es para pensarlo y, ciertamente, explica por qué Jesús incluyó estas afirmaciones justo antes de entrar en los aspectos más normativos del Sermón del Monte.

 

CONTINUARÁ

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