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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

La utilidad de leer la Biblia

Jueves, 26 de Septiembre de 2013

El profeta Jeremías ha descrito en el capítulo 8 del libro que lleva su nombre una sociedad cuyas características llaman poderosamente la atención. Los políticos eran gente corrupta que no entraba a fondo en los problemas de la gente y, por el contrario, insistían en que todo iba bien y seguramente aún sería mejor en el futuro.

Los profetas – que, en teoría, debían proporcionar una visión crítica de la realidad - se encontraban a sueldo de los poderes y no tenían el menor rebozo en ajustar su mensaje a los deseos de los que los pagaban. El clero creaba una falsa sensación de seguridad remitiendo a la gente al templo como si en el sagrado recinto – tan contaminado por la soberbia como por la codicia – existiera un refugio seguro. Finalmente, el monarca era una figura apagada, sujeta a todo tipo de pasiones y sin la menor voluntad de sanar los males nacionales. Todos ellos unían en realidad sus voces gritando ¡Shalom! ¡ Shalom!, es decir, paz, paz. Sin embargo, Jeremías era claro en su anuncio. De los políticos a los sacerdotes, de los profetas a la corte, nadie curaba las heridas y las llagas del pueblo sino que gritaban ¡paz, paz! cuando no sólo no había paz sino que todo parecía indicar que el desenlace resultaría trágico. Hasta cierto punto puedo entender a los que prefieren seguir las consignas medularmente falsas de dirigentes religiosos, sindicales o políticos que sólo pintan la realidad con hermosos – y falsos - colores o que se dedican a esparcir palabras melifluas, pero que no entran en el fondo del asunto. Se trata, sin duda, de conductas más atractivas que escuchar a quien advierte de lo que se avecina. Y, sin embargo, no cabe engañarse. Ese comportamiento ni es verídico ni puede curar los males de una sociedad. Indica incluso una notable desvergüenza y un no pequeño descaro. Como dice el profeta en el versículo 12: “en nada se avergüenzan y ni siquiera saben ruborizarse” y, por lo tanto, tal y como indica el versículo 15, acabarán diciendo: “¡Esperábamos la paz, pero no vino ningún bien; tiempo de curación, pero hubo desmayo!”. Hay quien discute la utilidad de leer la Biblia, pero lo cierto es que, personalmente, cuando medito en ella a diario no puedo librarme de la sensación, en ocasiones casi tanglible, de que veo reflejada en sus páginas la realidad cotidiana.

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