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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

Estudio Bíblico XIII: Los libros históricos (II): Jueces

Viernes, 16 de Enero de 2015
El final del libro de Josué dejaba establecido en la Tierra prometida a Israel. Sin embargo, tras la muerte de Josué la trayectoria de los israelitas distó mucho de ser ejemplar.

De hecho, la dinámica histórica establecida por el libro se percibe claramente en la fórmula “hicieron, por lo tanto, los hijos de Israel lo malo ante los ojos de YHVH y olvidaron a YHVH su Dios y sirvieron a los baales y a las imágenes de Asera. Y la ira de YHVH se encendió contra Israel, y los entregó en manos de…” (Jueces 3: 7-8) que con las variaciones de cada ocasión aparece en 4: 1-2 o 6: 1. El pacto de Dios con Israel no era incondicional ni permitía a los israelitas hacer lo que buenamente deseaban. Por el contrario, arrojaba sobre ellos una gran responsabilidad. Si no se comportaban tal y como era digno del pueblo de Dios y, por ejemplo, se entregaban al culto a las imágenes sólo podían esperar que Dios los dejara a merced de los enemigos que los rodeaban. Enfrentados con esas terribles crisis periódicas, los israelitas clamaban a Dios y entonces, sólo cuando se volvían hacia El, recibían la ayuda de un personaje concreto.

Este personaje en cuestión tenía una designación que resulta más que significativa. No era un rey, no era un caudillo, no era un dirigente. Era un juez y tiene lógica porque ninguna sociedad puede discurrir adecuadamente sin justicia y sólo alguien que en verdad aplica la justicia puede servir de baluarte de esa sociedad contra sus atacantes.

Jueces es un gran libro que, ciertamente, nos proporciona datos sobre el Israel posterior a Josué y anterior a la monarquía y que nos narra maravillosas historias que aún todavía pueden excitar nuestra imaginación. Sin embargo, hay mucho más en sus líneas. Lamentablemente, no son pocos que sólo conocen el libro de los Jueces por algunos de sus personajes más llamativos como Sansón o Gedeón. Pero el texto encierra muchas joyas que se pasan por alto. Por ejemplo, establece que el pacto de Dios e Israel se sustenta en la obediencia y no en la predilección. Por ejemplo, deja bien claro que el ejercicio de la autoridad espiritual no es cuestión de sexo y así podemos ver en ejercicio a una profetisa llamada Débora (Jueces 4: 4). Por ejemplo, señala con una lucidez que pocas veces ha sido tan clara que sólo los muy estúpidos y ambiciosos desean mandar ya que lo verdaderamente útil y sensato es que uno haga aquello para lo que verdaderamente está dotado por la naturaleza (parábola de los árboles que buscaban rey en Jueces 9: 8-15). Confieso que este último pasaje – del que me he hecho eco en muchas ocasiones - ha sido regla fundamental de mi andadura desde hace décadas y que veo en él una lección que por si sola mejoraría la vida de las sociedades si se llevara a la práctica.

Y es que, al fin y a la postre, Jueces es el libro de la sociedad extraviada. Como señala Jueces 21: 25, una sociedad en la que “cada uno hacía lo que le parecía bien” y en la que, obviamente, todo acababa muy mal hasta que se volvía clamando a Dios. Esa sociedad que se olvida de Dios, que practica una religiosidad supersticiosa consistente, por ejemplo, en rendir culto a pedazos de madera o de metal, que se queja cuando sus vecinos se la comen a pedazos se parece no poco a la nuestra. Precisamente por ello, las lecciones de Jueces resultan especialmente acuciantes: sólo cabe esperar ayuda de Dios y sólo cabe vivir dando lo mejor de nosotros y volviendo la espalda a necias ambiciones.

Lecturas recomendadas: La historia de Gedeón (capítulos 6 y 7); la fábula de los árboles que buscaron rey (9: 8-15); la historia de Sansón (capítulos 13 – 16); el desplome moral de Israel (Jueces 21).

 

El Evangelio de Marcos

El Reino de Dios (V): Expansión y trasmisión (1: 32-39)

Finalmente, el Reino de Dios es un reino que se expande y que transmite de manera dinámica y constante su mensaje. Los versículos 32-34 nos muestran a un Jesús que manifiesta el poder del Reino de Dios de manera incontestable. ¿Cómo lo hace? No mediante la alianza con los poderes políticos, no mediante la búsqueda de privilegios para él y los suyos, no mediante la concentración de riquezas, no mediante la construcción de edificios suntuosos donde – supuestamente – se adora a Dios, no mediante la entrega al poder secular de los que considera herejes para que disponga de ellos, no mediante el uso de la fuerza directa o indirecta. No y mil veces no. A decir verdad, esa manera de actuar es diabólica y se encuentra contenida en lo que Satanás le ofreció a Jesús si lo adoraba (Lucas 4). No, el reino predicado por Jesús se expande mediante la mano tendida hacia aquellos que sufren y padecen, hacia aquellos que son atormentados por el Diablo, hacia aquellos que casi nadie quiere.

Los versículos 35-37 nos muestran a un Jesús que podría haber sido increíblemente popular, inmensamente poderoso, inimaginablemente rico y que, por el contrario, rechazó totalmente semejante eventualidad. Ante la referencia de Simón en el sentido de que todos lo buscaban - ¡cómo he visto sufrir a gente a la que dejaron de buscar en un momento dado! – Jesús opone un “Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí, porque para esto he venido”. Y, efectivamente, predicaba y expulsaba demonios (v. 39) y con ello dejaba un ejemplo evidente.

Es clara y obvia la actuación de Jesús y su enorme diferencia con la de otros que han pretendido seguirlo, pero eso es el Reino de Dios…

- No una vida vieja sino una vida nueva

- No con gente especial sino con gente común y corriente

- No como una religión sino como una relación personal con Dios para una misión concreta

- No con dogmas elaborados en un lenguaje incomprensible para sencillos pescadores de Galilea, sino con una autoridad que sólo puede dar Dios

- No con derrotas frente al Diablo sino con una victoria espiritual frente a él

- No con torres de marfil desde las que se legisla para gente a la que no se conoce sino con una compasión que toca a enfermos y posesos

- No con la intención de acumular poder y riquezas sino con el sueño de que el Reino se expanda.

 

Ése es el Reino de Dios y lo otro son sucedáneos propios del Anticristo que se coloca en lugar de Cristo y finge recibir de él su autoridad. La elección es libre, pero yo no albergo la menor duda. Me quedo con el Reino de Dios predicado por Jesús aunque signifique que, a diferencia de las zorras y de los pájaros, no tenga donde recostar la cabeza (Mateo 8: 20). ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!

 

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