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Martes, 24 de Diciembre de 2024

Reencuentro con Antoine Doinel

Jueves, 1 de Diciembre de 2016

Por eso de que uno dedica cierto tiempo al entretenimiento y, de vez en cuando, aparecen paquetes de DVDs interesantes, esta semana he estado viendo entera la pentalogía de Antoine Doinel que dirigió en su día Truffaut. La primera película – Los cuatrocientos golpes – fue señalada en su día como el inicio de la Nouvelle Vague (Nueva ola) del cine francés.

Me gustó cuando la vi en mi infancia por televisión, pero me quedé con la duda de si me resultaría siquiera pasable a estas alturas. La verdad es que no ha envejecido quizá porque ha sabido mantener muy bien la imagen de lo que eran aquellos años. Eran bien diferentes de los actuales y la prueba es, por ejemplo, la cantidad de sopapos que podían dar los educadores a los educandos como la cosa más normal del mundo por no hablar ya de las relaciones entre padres e hijos. También es cierto que los primeros controlaban las aulas y los segundos tenían multitud de resortes para afirmar su autoridad lo que no es el caso ahora. Rodada en blanco y negro, esa sensación de reportaje de la época se acentua aún más. He descubierto también que una de las secuencias más importantes, la de Antoine con la psicóloga de la escuela militar, fue ridículamente cambiada por la censura franquista. Vamos que lo que dice la criatura se parece como un huevo a una castaña a lo que oímos, pero es que el adulterio, el aborto y las relaciones sexuales de un adolescente eran temas poco gratos para la época. También cortaron media docena de escenas que ahora no parecen de especial relevancia, pero que en los sesenta debieron verse como intolerables. No me atrevería a decir que se trate de una obra maestra, pero sigue siendo una cinta muy digna y sobre todo permite ver lo que eran los años cincuenta y finales de los sesenta.

Después de Los cuatrocientos… Truffaut rodó un mediometraje – Antoine et Colette o El amor a los veinte años - con el mismo personaje de Antoine Doinel donde vuelve a aparecer solo, adolescente y deseando enamorarse. No estoy seguro de que la película se llegara a estrenar en España y, desde luego, en el DVD sólo está en versión francesa. Yo no la conocía. Se deja ver – poco más de media hora – y tiene como cosa curiosa una banda sonora extraordinaria formada por piezas de música clásica ya que Doinel trabaja en una fábrica de discos. Por cierto, aparece cómo se elaboraban los vinilos y resulta más que llamativo.

La siguiente película de la saga es Besos robados. A mi me parece que, sin ser una gran película, es deliciosa seguramente porque Antoine, a pesar de tener ya veintitantos años, continúa siendo el mismo personaje inexperimentado, despistado e inocente de las entregas anteriores. A decir verdad, la película comunica una mezcla de ternura y pulsión sexual propia de los varones de esa edad que, visto lo que aparece ahora en las pantallas, casi conmueve. La música es muy bella y, lejos de comunicar tristeza, infunde una alegría juvenil. Por cierto, los subtítulos de la canción principal están muy mal traducidos.

La cuarta entrega es, a mi juicio, la más floja. Domicilio conyugal nos lleva a un Doinel casado que tiene un hijo, que no es del todo feliz, que sigue siendo un inmaduro y que se acaba cargando su matrimonio. A pesar de todo, la película no es amarga y se deja ver. A muchos les parecerá, desde luego, que cuenta su historia o la de su vecino.

 

Todo concluye con El amor en fuga. Comienza con la comparecencia ante el juez de Antoine y su esposa para divorciarse. Pero van apareciendo otros personajes de las cuatro películas anteriores – incluida la Colette del mediometraje - y las escenas repetidas de esas cintas son continuas, quizá incluso un poco reiterativas. Aunque no está a la altura deLos cuatrocientos… ni tampoco de Besos robados constituye un cierre adecuado para toda la serie. A pesar de los errores en la vida, de los fracasos sentimentales, de las frustraciones, de las metas inalcanzadas… ¡ah! existe lugar para la esperanza y además ésta se sustenta en el amor que, por supuesto, sigue apareciendo. Sencilla y sin pretensiones, la película acaba bien, con un toque de ternura e incluso de misterio propio de los folletines. Pero lo hace de manera natural, grata, que deja un buen sabor de boca. No es Doctor Zhivago ni Lo que el viento se llevó ni Matar a un ruiseñor, pero resulta un cine amable, simpático y tierno sin excesos ni pretensiones. La verdad es que estoy encantado de haber vuelto a ver las películas que conocía y de conocer las que no había contemplado. Me pregunto, sin embargo, si la vida de los que vivieron sus cuatrocientos golpes particulares ha terminado como en El amor en fuga y la verdad es que tengo enormes dudas.

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