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Jueves, 26 de Diciembre de 2024

Un incendio de verano

Lunes, 24 de Marzo de 2014

Hace unos años, había ido a pasar unos días de asueto a una población situada en la raya de dos comunidades autónomas. Se trataba de un lugar de retiros que conozco hace décadas y que ha ido a mejor con el paso del tiempo gracias a su director, un amigo que se llama Juan. Me encontraba descansando cuando mi hija irrumpió en la habitación para decirme que, a lo lejos, se divisaba un incendio.

Empujado por su insistencia, salí del edificio en que me encontraba y comencé a otear el horizonte. Efectivamente, en la provincia de al lado, de la que apenas nos separaban un par de kilómetros, se divisaba una humareda de características inequívocas. Le quité importancia al asunto, pero me aseguré de que se avisara al servicio de extinción de incendios. Para sorpresa mía, no acudió nadie a apagar aquel fuego. Todo lo contrario. La débil columna inicial se fue extendiendo formando un frente negro que avanzaba, lento pero inexorable, hacia el enclave en que me hallaba. Quise creer que no sucedería nada, que los responsables actuarían como tales y regresé a mi cuarto. Recuerdo incluso que me dispuse a ver una película en el ordenador. Hasta recuerdo que se trataba de El fuera de la ley de Clint Eastwood. Sin embargo, en menos de diez minutos, apareció Juan para informarme de que debíamos abandonarlo porque las llamas amenazaban con cercarnos y convertirnos en pavesas. Escéptico - ¿cómo iban a permitir que sucediera algo así no uno sino dos gobiernos autonómicos? – recogí mis escasas pertenencias y salí disparado hacia el automóvil que nos iba a evacuar. Abandonamos la zona a la mayor velocidad posible, pero mientras mi hija se dedicaba a enviar mensajes a las amigas contando la aventura, el conductor y yo nos íbamos percatando de que el fuego, que avanzaba por nuestros flancos, devoraba todo a tal velocidad que podíamos quedarnos mortalmente atrapados. No fue así. Bien es verdad que por muy poco. Cuando conseguimos llegar a una carretera principal, pude ver cómo las llamas seguían avanzando a nuestra espalda con una rapidez escalofriante. Llegamos, finalmente, a la población más cercana para descubrir que sobre ella ya estaba descargando una lluvia de cenizas y que el alcalde sopesaba la posibilidad de tener que evacuarla. No me quedé a esperar semejante eventualidad. Un amigo ruso vino a recogernos a mi hija y a mi para sacarnos de aquel lugar. Pero para cuando me dirigía hacia la capital más cercana ya me habían informado de la razón de lo sucedido. Iniciado el desastre, los gobiernos autónomos no habían colaborado como era de esperar estimando que el problema no les correspondía en exclusiva. Ignoro cómo aparecía semejante situación contemplada en los respectivos estatutos, sí sé que a cenizas quedó reducido el lugar donde pensaba descansar y que los destrozos sufridos por el bosque resultaron cuantiosos. Lo primero se solventó con enorme esfuerzo gracias al trabajo descomunal de mi amigo Juan; lo segundo – dependía de la administración autonómica – seguía por el estilo años después aunque ignoro cómo estará ahora. En ocasiones, disfunciones semejantes cobran, como hace unos días, vidas humanas que pueden ser hasta de niños. Se comprenderá porqué creo firmemente en la necesidad de recentralizar el presente sistema autonómico. A decir verdad, estoy incluso convencido de que su supresión absoluta y su sustitución por un sistema jacobino sería una excelente solución. Fijémonos en nuestro vecino del norte. También tiene vascos y catalanes y nunca ha tenido problemas con ellos. Bien es verdad que tampoco ha permitido que la iglesia católica se los cree. La patria está por delante de los intereses de una minúscula teocracia enclavada en la península italiana. Debería también estar por encima de los de las diversas oligarquías regionales.

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