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Jueves, 26 de Diciembre de 2024

Jordi no es Orson, pero España puede ser Egipto

Lunes, 24 de Febrero de 2014

He tenido ocasión de ver el supuesto documental sobre el 23-F realizado por Jordi Évole y creído, al parecer, por millones de españoles incluidos políticos que son y que aspiran a ser. Dado que todos picaron como memos e incluso pusieron Twitter al rojo vivo lanzando majaderías, al día siguiente había que buscar una excusa a tanta estupidez y se decidió ensalzar al papá de la criatura comparándolo con Orson Welles.

Es algo así como decir que no es lo mismo que te engañe el Dioni que David Copperfield. Lo del primero sería lamentable mientras que del segundo ya se sabe que hacía desaparecer aviones jumbos en escena. La salida más fácil, por lo tanto, era señalar que a los españoles les había pasado como a los neoyorkinos con Orson Welles: ante un relato convincente habían caído como pardillos… pero no era tan grave. La realidad es - ¡ay! – muy diferente. Orson Welles jugó con la radio – un medio cálido como todo el mundo sabe – y tenía una capacidad artística que Évole ni olfatea. Por otro lado, lo que difundió tenía su impronta no sólo de genialidad sino de verosimilitud o ¿es que alguien se cree que la gente reaccionaría con collares de flores si aparecieran unos platillos volantes? Lo del 23-F contado por Évole es una burla en la que se han regodeado no pocos. Reconozco que puede ser verosímil que a la hora de escoger un director de cine los catalanes pensaran en un catalán, pero más allá de eso, el escupitajo sobre la inteligencia de un espectador medio que significa el documental es continuo. Garci asume un papel en el que se burla cruelmente de si mismo repitiendo tópicos que parecen propios de sus programas como, por ejemplo, las referencias a Billy Wilder. A lo mejor, era consciente y lo asumió con sentido del humor porque, de lo contrario, habría que colegir que no se percataba de cómo se estaban cachondeando de él. Los políticos – de Verstrynge a Leguina pasando por los nacionalistas vascos o los catalanes – se complacen en escucharse mentir como si nos estuvieran diciendo que lo hacen mejor que nadie y que además, sinceramente, les entusiasma hacerlo. Los conspiradores tipo Mayor Zaragoza se prestan al engaño, cosa nada rara si se tiene en cuenta que pasó de ser el rector más joven del franquismo a un amigo de los nacionalistas catalanes y vascos, abogando lo mismo por mantener la integridad de los archivos en las repúblicas de la antigua URSS que por la destrucción de el de Salamanca. Ónega - una de las carreras más interesantes del periodismo español que pasó de la Guardia de Franco a Suarez y lo que te rondaré Morena – vuelve a atribuirse la redacción de un discurso más. E incluso el documental habla de Volver a empezar señalando que el nombre de la pluma Parker es un homenaje a un espía… Imagino que Évole y sus colaboradores se debieron de descuernar mientras escribían el guion y lo filmaban pensando en lo pánfilos que son los españoles, en general, y buena parte de los que colaboraban en particular. Claro que el remate se consuma cuando se instruye a todo el mundo al final sobre la posibilidad de que se manipule a las masas… ¡y opina Iñaki Gabilondo! ¡El mismo que de jefe de informativos en la era Suarez pasó a ser grande entre los grandes en el grupo PRISA, aconsejó a ZP que provocara tensión porque le convenía y, sobre todo, gestionó como gran artificiero de aquella colosal estafa informativa que protagonizó la cadena SER con ocasión de los atentados del 11-M! Si algún espectador se levantó de la butaca sintiendo como si tuviera la pechera empapada de orina no me causaría la menor sorpresa. También hay que decir que hay mentiras y mentiras: Évole se apresuró a mostrar el engaño y millones de españoles nos moriremos esperando que la cadena SER pida disculpas por los supuestos terroristas suicidas del 11-M, por el supuesto video filmado antes de los hechos e incluso por las supuestas capas de calzoncillos que nunca existieron. Más allá de la broma, el falso documental de Évole ha vuelto a dejar de manifiesto una vez más la credulidad peligrosísima de buena parte del pueblo español. En honor a la verdad, hay que reconocer que llevan educándolo en esa mentalidad tuerta y ovejuna desde hace siglos. Se ha tenido que creer tantas apariciones y tantos milagros que no pasaban de ser burdas mentiras que cuando reaparecen bajo cualquier forma, o las cree porque confirman sus prejuicios o se calla por si acaso. Porque lo de Évole no es una excepción. Permítanme contarles una edificante historia.

Seguramente, muchos recordarán una película polaca titulada Faraón. En ella, se narraba el deseo de un joven faraón, Ramsés XIII, de renovar a un Egipto decadente y por ello, los choques que tenía con la casta sacerdotal. En un momento determinado, decidido a terminar con los privilegios clericales, el faraón decide incautarse de su tesoro. El sumo sacerdote convoca entonces al faraón a una cita que tendrá lugar el día en que los astrónomos del templo saben que se producirá un eclipse. Cuando el faraón reclama los caudales, el sol – tal y como sabe de antemano el sumo sacerdote – se oculta y los egipcios son víctimas de un pánico que el clérigo aprovecha para atribuir la huida del astro a las acciones del monarca. Sólo cuando sabe que el eclipse está a punto de terminar, el sumo sacerdote invoca el perdón del dios sol y éste – así lo cree el pueblo idiotizado por la superstición – regresa. Regresa, pero con un faraón que no puede ya hacer nada contra la casta privilegiada a menos que desee correr el riesgo de que las masas lo despedacen.

Cuento todo esto porque hace unos años, muy pocos, la Santa Sede decidió que determinada nación sociológicamente católica sería la sede de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) y así se lo comunicó al cardenal que presidía la Conferencia episcopal. Sin embargo, el cardenal, como el sumo sacerdote egipcio, decidió también inventarse su milagro. Así, convocó vigilias de oración para suplicar a Dios que concediera… lo que ya había concedido la Santa Sede. De esa manera, pudo presentar un hecho ya decidido como fruto de las preces de los fieles que fueron engañados – salvo algunos que estaban en el secreto – como los crédulos egipcios de la película Faraón. Con esos mimbres tejidos a lo largo de los siglos, en que el pueblo español ha sido educado conscientemente para carecer del más mínimo espíritu crítico y para creerse lo que le echen, ¿le puede a alguien sorprender lo sucedido con el falso documental del 23-F? No debería. Basta con que recuerde cómo actuaron los medios de comunicación ente el 11-M y el 14-M, sin descartar a la propia cadena COPE. Intentemos – siquiera por esta vez – aprender la lección.

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