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Miércoles, 25 de Diciembre de 2024

El impulso fallido del déspota

Viernes, 30 de Mayo de 2008

Sin duda, Tiberio es una de las figuras más trágicas de la Historia romana. Virtudes no le faltaban, desde luego. Fue uno de los mejores generales de su época y nadie le negaría una capacidad para la administración ciertamente notable. Sin embargo, sus dotes intelectuales estaban infectadas por los complejos y el resentimiento.

Precisamente por ello, desde que accedió al poder en el año El im 14 d. de C., se esforzó por impedir las críticas contra su persona e incluso emprendió acciones despóticas contra personajes de renombre que habían tenido la osadía de poner en tela de juicio su comportamiento. Esa conducta sería objeto de repetidos análisis destacando entre ellos el de Tácito que dejó escrito en sus Anales lo siguiente: “Se puede uno burlar a gusto de la estupidez de aquellos que creen que con su poder del momento pueden incluso extinguir lo que recuerden las próximas generaciones. Pues, por el contrario, con el paso del tiempo aumenta la estima hacia aquellos talentos a los que se ha castigado y tanto los gobernantes extranjeros como aquellos que emplearon el mismo rigor no consiguen otra cosa que su propio deshonor y la gloria de aquellos a los que pretendieron castigar”. Las palabras de Tácito sobre Tiberio son dignas de una reflexión en profundidad. No pocas veces, el carácter despótico de algunos políticos los impulsa a arremeter contra aquellos que han criticado sus acciones. Al comportarse de esa manera, sueñan no sólo con pulverizar la oposición presente sino también con controlar un futuro en el que no se recordarán sus malas acciones. Sin embargo, por regla general, semejantes vilezas nunca alcanzan sus objetivos. Aquellos que defendieron la verdad son objeto de mayor admiración por parte de las próximas generaciones y los que intentaron sojuzgarla sólo son objeto de los peores juicios. Traigo todo esto a colación por la vista de la querella interpuesta por Alberto Ruiz Gallardón contra el director de la Mañana de COPE, Federico Jiménez Losantos. Desde luego, merece la pena hacer algo de historia al respecto.

El 30 de diciembre de 1994, en plena época del terrorismo de los GAL, Barrionuevo anunció que interpondría una querella contra aquellos periodistas que le conectaban con la trama del GAL. Ruiz Gallardón señaló entonces en una tertulia de la SER que compartía con Barrionuevo y con Cristina Almeida que estaba convencido de que Barrionuevo “no tiene ninguna responsabilidad ni penal ni política” y le recomendó a Barrionuevo que no presentara querella alguna contra periodistas o medios de comunicación.

El 17 de marzo de 2006, Ruiz Gallardón aprovechó las páginas del diario ABC para lanzar un mensaje a sus compañeros de partido al decir que tanto el Ministerio Fiscal como el juez instructor del sumario del 11-M “merecen el apoyo de todo el Estado, incluido el PP”. Las declaraciones de Gallardón se producían en la misma semana en que Zaplana señalaba que no iba a aceptar el “silencio” que se quería imponer sobre el 11-M.

El 8 de junio de 2006, en relación con las palabras de Ruiz-Gallardón, Pedro J. Ramírez, director de El Mundo y contertulio de Jiménez Losantos, se preguntó en los micrófonos de la COPE lo que habrían pensado los ciudadanos de Nueva York si Rudolph Giulliani, alcalde de esta ciudad durante los ataques del 11-S hubiera reaccionado como Gallardón.

El 9 de junio de 2006, Alberto Ruiz-Gallardón anunció que iba a presentar una querella criminal por injurias contra el director del programa La Mañana de la Cadena Cope, Federico Jiménez Losantos ya que éste había señalado que a Ruiz Gallardón le daban igual las víctimas del 11-M.

El 12 de abril de 2007, Ruiz-Gallardón, volvió a desmarcarse del discurso oficial de su partido en relación con el 11-M dando por incontestable la instrucción del sumario y apostando por que, en su caso, la sentencia del tribunal daría el carpetazo final a la investigación. Se lució el alcalde porque el 31 de octubre de 2007, se hizo pública la sentencia del 11-M que desmontaba totalmente la versión oficial, dejaba en pésimo lugar a la fiscal Olga Sánchez y abría las puertas para ulteriores investigaciones, todo ello en contra de las posiciones sustentadas por Ruiz-Gallardón. Impasible el ademán que diría el clásico, el 12 de noviembre de 2007, a pesar del contenido de la sentencia del 11-M, Ruiz-Gallardón, defendió el trabajo de la fiscal Olga Sánchez y la instrucción del 11-M, que calificó de “ejemplar”. Y, finalmente, llegó la vista oral en la que Gallardón derramó unas lagrimitas y todos supimos – o corroboramos – que lo más ofensivo para él no ha sido, por ejemplo, cuando la izquierda lo llamó asesino como al resto de sus compañeros de partido sino cuando Federico censuró que valorara más su carrera que saber la verdad sobre el 11-M.

A mi todo el comportamiento de Gallardón me resulta absolutamente lamentable, por no decir nauseabundo, pero no puedo negar su carácter aleccionador.

Como en su día expresó de manera pública y por escrito Ruiz Gallardón, la sociedad con la que sueña es la misma que deseaba Jesús Polanco, el dueño del grupo PRISA. Arrancando de esa perspectiva, no resulta extraño que deseara pasar página en los atentados del 11-M, que no sepa recibir críticas adversas o que haya decidido aplastar a los disidentes. Semejante conducta, lejos de ser absurda, es coherente en su totalidad con esa forma de sociedad.

Sin embargo, al surcar ese camino, Ruiz Gallardón se equivoca de medio a medio. Ante la Historia quedará ya para siempre marcado con el estigma de haber sido un político que no podía soportar las críticas y que quiso incluso echar mano de la administración de justicia para reprimir la libertad de expresión. De esa manera, se igualará en sus acciones con el comportamiento ridículo de Maragall cuando se querelló contra un humorista de la Linterna.

Pero, por añadidura, Ruiz Gallardón no conseguirá sus objetivos. Si pierde el proceso, a la infamia moral de haberse vestido con el ropaje del inquisidor sumará el ridículo y el desprestigio. Si lo gana, sólo habrá conseguido asumir para siempre la imagen de verdugo de la libertad que ha creado un mártir en la figura de Federico Jiménez Losantos.

A decir verdad, resulta difícil saber que resultado puede ser peor para Gallardón, pero en cualquiera de los casos será el que se ha merecido con sus hechos ya que, como señaló Tácito, con su conducta sólo habrá conseguido su deshonor y la gloria de aquel al que pretendió castigar por el grave, gravísimo pecado de defender a las víctimas del terrorismo y de hablar con gallardía y libertad.

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